Hace como mes y medio comencé le docencia. No es que esa sea mi profesión, ni mucho menos. Es una de las (pocas, muchas?) opciones que me da una de las carreras que estudié.
Me venía resistiendo, lo reconozco.
Algunas de mis amigas/colegas ya lo venían haciendo, pero a mí me daba cierto… pánico? Enfrentarme a un grupo de hormonales adolescentes no era la imagen de desempeño profesional ideal.
Pero con la mudanza, el cambio de ciudad (y un largo etcétera de cambios propios) fue imperativo el cambio de desarrollo laboral (o el inicio de uno que aporte estabilidad laboral, para qué negarlo).
La cosa es que ahora soy la profe, o la viejadem, todavía no sé.
No es fácil, quién dijo que lo es? Cómo en TODOS los apectos de la vida, hay días más lindos y días no tanto.
Yo le sigo poniendo el pecho a las balas, o a los mochilazos que vuelan en el aula.
No tengo grandes pretensiones, también lo reconozco. Lo mío no va por el lado de lograr que mis 40 y tantos alumnos se conviertan en Pérez Esquivel, ni mucho menos.
Que me escuchen, que me entiendan y que algo de lo que intento transmitirles se les quede en el cuerpo, ya es un gran logro.
Las grandes pretensiones vendrán después. Supongo que de la mano de grandes pretensiones para mi propia vida…